domingo, 7 de abril de 2019

Después de México

Al que crea que todo había acabado cuando volví de México, le diré que se equivoca. Voy a contar lo que ocurrió después de volver y que yo misma no esperaba ni era mínimamente consciente.

Llegamos a Madrid un martes alrededor de la 1 de la tarde. Habíamos estado volando en lo que era la noche del lunes al martes. Desafortunadamente soy de esas personas que no se duermen en cualquier sitio y a pesar de las comodidades y ayudas por parte del personal del vuelo, no pegué ojo.
La tarde del martes me sentí agotada, cosa que asumía como lógica por la paliza del viaje. El miércoles tenía ya que volver al trabajo y a la vida normal, así que estuve todo el martes descansando y por supuesto, me fuí a dormir pronto.
A pesar del cansancio no conseguí dormir mucho tampoco esa noche. Estuve en la cama hasta prácticamente las 12 de la mañana (trabajaba ese día en turno de tarde), me fui a entrenar a las 2 y luego a trabajar.
Volví muerta de cansancio creyendo que el jet lag me estaba jugando la mala pasada de haberme alterado el ciclo de sueño. Y di por hecho que esa noche dormiría del tirón como una niña pequeña.
Pues no, esa noche tampoco conseguí dormir bien.
Todas las noches de esa semana eran más o menos iguales, me iba a dormir y caía enseguida muerta de sueño, pero a las 2-3 horas ya estaba despierta. Y lo peor era que no conseguía volver a dormirme.
O me dormía cuando prácticamente me tenía que levantar o directamente no pegaba ojo.
Podéis imaginar mi estado físico... deplorable. Entrenando no era capaz de hacer cosas que para mí eran sencillas antes del viaje. Trabajando sólo soñaba con terminar la jornada y volver a casa para estar tirada en el sofá. Empecé a tener problemas intestinales y me dolía todo.
Mi mente le echaba la culpa al jet lag, al viaje y a mi sensibilidad física por haber vuelto a la vida diaria y su estrés añadido. Sólo soñaba con que llegara el fin de semana para tener tiempo para descansar.
Emocionalmente no me sentía mucho mejor, iba alternando mi estado entre la tristeza y el enfado. Me sentía también mentalmente agotada, empecé a odiar mi vida, las prisas, las obligaciones. Incluso llegué a comentar a mi nutricionista que estaba en un momento en que sólo quería irme de Madrid a un sitio pequeño y tranquilo y mandar todo a la porra.
Él lo justificaba con un probable aumento de mis niveles de cortisol por culpa del estrés al que solemos estar sometidos los que vivimos en la gran ciudad. Y yo también entendía la lógica del asunto así que anoté sus pautas y me convencí de que siguiéndolas, mejoraría.
Para todo esto había pasado ya la semana desde que habíamos salido de México. Era lunes otra vez y esa noche me acosté de nuevo muerta de sueño, triste hasta límites que no sentía desde mi peor época en 2012 cuando una crisis vital sacudió mi vida en todos sus aspectos (familiar, sentimental, social, económica, laboral...). Una amiga me había contado que mi coach de crossfit le había comentado que no sabía qué me pasaba pero que yo no era yo, que me notaba muy mal y que le daba apuro preguntarme pero que estaba algo preocupadillo.

Y así llegamos al martes, una semana exactamente desde mi vuelta de el maravilloso viaje con mis amigas a México, del que sólo me quedaba un recuerdo lejano de lo bien que lo habíamos pasado.
El martes me desperté de nuevo a las pocas horas de haberme acostado, deprimida, agotada, soñando con llevar a mi hijo al colegio y volver a casa para meterme otra vez en la cama. Y no solo por el cansancio físico, sino porque me sentía emocionalmente muy muy mal, triste y a punto de la depresión psíquica.
Y ahí ya algo dentro de mí hizo que saltaran las alarmas, algo me decía que aquello no era normal, que no podía sentirme así una semana después de haber llegado. Ni jet lag, ni problemas del día a día, ni nada. Que no, que no era normal y punto.
Así que lo que hice fue coger el móvil y escribir a una amiga mía que podríamos decir que es lo que en su tiempo se conocían como Chamanes, personas que tratan y manejan las energías y el mundo sutil para ayudar a los demás.
Como si me estuviese esperando, me contestó a los pocos minutos de enviarle un mensaje pidiéndola ayuda y quedamos en vernos esa misma mañana  tres horas después.
Ya con la tranquilidad de saber que iba a ir a verla, volví a la cama tras dejar a mi hijo en el colegio, anular mi cita con el fisioterapeuta para tratar mi hombro y anular mi entrenamiento de las 10 de la mañana.
Llegué a la hora acordada, me vio la cara, le conté lo de México y no hubo que decir mucho más.
Durante hora y media estuvo trabajando conmigo mientras yo, lo único que sentía, eran sensaciones por todo mi cuerpo y un frío que no eran normales.
Cuando terminó me explicó que me había vuelto a pasar.... No era la primera vez que me tenía que trabajar para solucionarme un problema similar. Estuvo todo ese tiempo despegando entidades de fallecidos de mi campo energético.
Me había traído de México una pila de entidades que pertenecían a fallecidos (de forma trágica la mayoría) en los lugares que había estado visitando en mi viaje.

Como digo, no era la primera vez. Sí ha sido la más dura, intensa y difícil por la cantidad, pero no era la primera vez que llevo entidades de fallecidos encima.
Ella me explicaba que, por algún motivo, se pegan a mí. Probablemente porque mi tipo de energía los puede ayudar, pero que como no había sido consciente hasta ese momento, no sabía como hacerlo y mientras tanto ellos "viven"  a través de mí. Lo que como, lo que hago, lo que respiro... todo es para ellos y por eso mi cuerpo, mi yo, estaba tan tan agotado y emocionalmente tan afectado.

Me dio alguna pauta para poder sobrellevar esto porque obviamente, me volveré a ver sometida al mismo problema una y otra vez. Lo cual hizo que recordara algo que me sucedió a finales del 2011 cuando en mi primera sesión de Registros Akáshicos, mi terapeuta me transmitió que uno de mis trabajos aquí en esta vida era la de ayudar a los muertos. Aquello me dejó muy sorprendida porque yo siempre había tenido el convencimiento de que estaba aquí para ayudar a los vivos, y no imaginaba ni por asomo, que a los muertos también.

Reflexionando ahora sobre el tema me doy cuenta de algo y es que al final, en mi caso, ambos trabajos no están muy diferenciados porque cuando estoy en terapia con muchos de mis pacientes, tengo que trabajar también con sus seres queridos fallecidos.

Desde el día en que mi amiga me trató he vuelto a ser yo, he vuelto a dormir, he conseguido que mi vida retome su cauce normal pero he de confesar que desde que me he hecho consciente de todo esto  que he vivido y sus consecuencias, me siento diferente. Como si algo dentro de mi se hubiese encajado en su lugar. Me siento más yo.
Es difícil de explicar.

A modo de reflexión dejo aquí mis pensamientos porque... ¿cuánta gente no habrá por ahí diagnosticada de depresión o algún trastorno similar y resulta que lo que le ocurre no es más que lo mismo o similar a lo que he vivido yo? ¿Somos realmente conscientes de la influencia que lo sutil tiene en nuestras vidas físicas? ¿Con cuánta gente somos realmente libres de poder compartir este tipo de experiencias sin que te tachen de persona que está perdiendo la cabeza?

En fin... Que la vida sigue y aquí otra anécdota más para sumarle a este libro de la vida.
Gracias infinitas por estar ahí a los que están ahí :)




martes, 2 de abril de 2019

México

Hace una semana tuve la inmensa fortuna de hacer un viaje a Cancún (México) con unas amigas. El viaje era de puro ocio y descanso así que no iba yo con mis sentidos "extrasensioriales" muy activados o muy pendiente de ellos.
Visitamos playas maravillosas, de arena blanca y aguas de un azul transparente que te dejaba sin aliento. Visitamos Tulum, una ciudad maya que parece ser la única encontrada que se ubica al borde del mar. Los guías nos explicaron construcciones sorprendentes que los mayas habían hecho sin tecnología pero que asombraban por lo adelantado de intención y funcionamiento.
Todo me resultó fascinante. Tan salvaje, verde y piedra que estaba encantada.
Iba con un poco de "miedito" por si en la ciudad maya me daba por sentir cosas y eso pudiera hacer que me sintiera indispuesta o algo así. Pero no, todo transcurrió con normalidad así que me relajé.
Nuestra última visita fue a un Cenote..
Para los que no sepan lo que es un cenote, como me ocurría a mí, os explicaré qué es según la definición que he encontrado en internet:

Pozo o estanque natural de agua dulce abastecido por un río subterráneo que se forma en numerosos lugares de la península de Yucatán por la erosión de los suelos, y al que los mayas dieron un uso sagrado.

Yo nunca había oído hablar de los cenotes así que atendí con mucho interés a las explicaciones de Pablo, nuestro guía. Nos dijo que visitaríamos el cenote Tankach-ha, y que nos iba a encantar porque era un cenote donde sus aguas te hacían rejuvenecer. Al decir esto, podéis imaginar los comentarios y risitas de los que íbamos en la furgoneta de camino a aquella experiencia.
Nos contó que algunos cenotes están al aire libre pero el que íbamos a visitar estaba bajo tierra. Que casi todos los cenotes encontrados se comunican entre ellos a través de una red de aguas dulces subterráneas y que todos son de un agua transparente maravillosa que incluso permite hacer submarinismo o snorkle para ver las profundidades (algunos de muchos metros de profundidad).


Cuando llegamos, nos hicieron ducharnos para quitarnos cualquier resto de crema o aceite y poder mantener así las aguas lo más limpias posibles. Así lo hicimos, cogimos nuestras toallas y bajamos por las escaleras que véis en la foto hasta llegar a la plataforma desde la que te podías tirar al agua.

Y así hicimos, llegamos a la orilla y las cuatro, sin pensarlo nos zambullimos en el agua.
Ay queridos, y ahí empezó mi problema... Según entré en el agua y esos segundos hasta que saqué la cabeza, parecieron horas. De pronto empecé a sentir mucha angustia y miedo, la boca de mi estómago estaba encogida como nunca lo había sentido y en mi cabeza no paraba de repetirse "SAL DE AQUÍ, SAL DE AQUÍ, SAL DE AQUÍIIIIII!!!".
No podía entender muy bien qué me pasaba y en cuanto saqué la cabeza del agua, una de mis amigas me digo "jolín, qué chulada. Y pensar que aquí sacrificaban mujeres...".
Casi me da algo porque en ese rato bajo el agua se había conformado una masa delante de mí, arriba y a la izquierda, que podía sentir como una masa femenina que llamaba mi atención.
Con toda la prisa que pude conseguí salir del agua y empecé a caminar, dando vueltas entre la gente que había por allí hasta que decidí coger mi toalla y volver a la superficie a buscar a uno de los guías de la excursión para que me explicara exactamente qué hacían allí los mayas, porque sí tenía claro que había conectado con algo relacionado con las cosas que allí tuvieron lugar.
Subiendo las escaleras encontré a Fabián, el conductor de la furgoneta que nos llevó y que también era guía.
Al verme la cara me dijo "¿Yaaaa? ¿Qué pasó?". Y le pedí que por favor, me contara qué era lo que se hacía en aquel cenote en la época maya. Él me miró con una cara extraña y su respuesta fue: "Pues en este cenote se sacrificaban a las mujeres más jóvenes y bellas del poblado. Se las arreglaba y acicalaba como si fuesen a una fiesta  y eran lanzadas a las aguas del cenote hasta que se ahogaban y su muerte era una ofrenda a los dioses para que fuesen bendecidos con buenas cosechas y esas cosas. Por eso este cenote se dice que te hace rejuvenecer. Ellos querían que los dioses estuvieran contentos".

En fin, no hace falta que diga más. Entendí perfectamente qué era lo que había sentido así que pensé que si había sentido a todas esas mujeres y sus miedos igual debía escucharlas para liberar algo de su angustia o qué se yo. El caso es que dije, bueno Rosa, pues vuelve abajo e intenta escucharlas a ver qué quieren.

Volví a la plataforma y conseguí encontrar un sitio al lado de una roca que se alargaba hasta lo profundo del cenote. Allí me senté y metí tímidamente los pies en el agua. Puse mi mano derecha en la roca que tenía al lado e intenté sentir lo que quisiera manifestarse en ese momento y lugar.

Aquella masa femenina seguía ahí pero no conseguí sentir nada en particular respecto a ella. Lo que sí empecé a notar fue que a mi derecha hacia la parte inferior se empezaba a manifestar la Tierra. Y de pronto me vi con dos masas, dos conciencias bien distintas, aquella masa femenina de sufrimiento y dolor y a la Tierra tan serena y llena de paz. Y lo que sí sucedió fue que me convertí en testigo de lo que la Tierra le dijo a todas aquellas mujeres (?): "Yo nunca quise vuestra sangre. Vuestras vidas se perdieron en vano porque si sois mis hijas, ¿cómo voy a querer yo que se me honre con vuestra sangre? ¿Qué madre quiere la sangre de sus hijos? Vuestro pueblo se equivocó en eso, adoraron dioses creyendo que con la sangre de los mejores, de los más aptos, de los más bellos, de los más jóvenes encontraríais el bendiciones para vuestro pueblo, pero los sacrificios de sangre nunca son para nada bueno. Ahora ya lo sabéis. Yo nunca quise vuestro miedo, angustia y por supuesto nunca quise vuestra vida. Así no debía ser".

Sentí que aquella masa femenina se disolvía hasta que de pronto dejé de sentir ambas conciencias y supuse que mi labor allí (fuese la que fuese) había concluido.

Han pasado casi dos semanas desde aquello y aún me sorprende lo que viví porque jamás hubiera pensado que el agua fuese tan fuerte transmisor de algo como lo que sentí. Nunca había sentido nada de semejante magnitud.
Me siento enormemente agradecida por habérseme permitido ser testigo de aquel encuentro entre conciencias tan acestrales. Y por supuesto esto me ha enseñado que parte de lo que me toca tiene que ver con sentir la materia, a la Tierra y también a los muertos (porque como una gran amiga chamana me dijo "Sentir a los muertos viene en el pack de sentir a la Tierra, así que es lo que te toca" ;) ).
Y me toca, sí. Me toca.