miércoles, 18 de marzo de 2020

El virus de la Tormenta

Siempre he sentido fascinación por las tormentas.
Desde pequeña recuerdo que cuando había tormenta algo dentro de mí se alegraba profundamente.
Recuerdo las sensaciones corporales.
Me encantaba mojarme con aquellas gotas gordas que empezaban a caer.
El olor de la tierra seca que de pronto se mojaba. El olor que quedaba después.
El color del cielo tras su paso.
Lo limpiaba todo aunque lo que pareciera era que se avecinaba el fin del mundo.





Y sólo puedo decir que mi cuerpo se siente igual ahora.
Como si estuviera en mitad de una tormenta.
A resguardo porque cuando se desata puede ser peligrosa.
Pero ten cuidado.
No te resguardes bajo un árbol que te puede alcanzar un rayo.
No abras las ventanas que los aparatos eléctricos pueden atraer la electricidad que descargan las tormentas.

Luego hay quien siente miedo.
Algunos se meten bajo las sábanas y sólo salen cuando todo ha pasado.
Y lo hacen despacito, como si no se fiasen del propio cielo.

Las tormentas pasan pero siempre dejan consecuencias:

Árboles rotos o deformados
Mobiliario arrastrado por el viento y mojado por el agua
Objetos que no va a quedar más remedio que tirar
Reflexiones sobre la cantidad de cosas que la tormenta arrasó y que no dejas de preguntarte si era necesario tenerlas ahí.
El aire limpio
Una sensación de nuevo comienzo...

Las tormentas hacen ruido,
mueven cosas bruscamente,
te obligan a resguardarte
pero siempre hay un después.

Después de cada tormenta
siempre hay una nueva esperanza.



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