miércoles, 2 de noviembre de 2016

La importancia del duelo por la pérdida

Hace ya tiempo recuerdo a una paciente que llegó a la consulta y a la que llamaré P. 
P. llegó a la consulta por un problema con el sistema de drenaje linfático en sus piernas. Éstas se le hinchaban mucho porque había desarrollado un problema en los ganglios de sus ingles y su sistema linfático no drenaba bien los desechos que allí se acumulaban. 
Después de unas cuantas sesiones de drenaje linfático manual P. mejoró y quiso que la tratase de los dolores que también sentía en su espalda. A esto además se le añadían problemas de tipo digestivo y visceral (algo complicados pero que no voy a relatar por intimidad), dolores de cabeza y malestar y cansancio general. P. tenía unos cincuentaypocos y su trabajo tampoco era especialmente duro físicamente.
En una de las sesiones en las que estábamos con sus problemas viscerales sentí cómo su bajo vientre (no distinguía bien si era la vegiga o la zona genital) quería "hablar". Así que como habitualmente hago, puse allí las manos y esperé a que lo que se quería manifestar, lo hiciera.
Rápidamente llegó a mi la palabra "Aborto"... Yo misma me sorprendí pero aquella sensación era clara y además el hecho de que había sido de una niña también.
Cuando el cuerpo habla doy por hecho que es necesario que la persona sepa lo que se está queriendo manifestar así que intenté ser muy delicada y cuidadosa con aquello pero no me quedó más remedio que preguntarle a P. si había pasado por algún aborto.
Entonces... bueno, entonces P., por un instante, me miró con los ojos desencajados y seguidamente rompió en llanto. Era un llanto tan profundo y que liberaba tanto dolor que estuve sosteniéndola todo el tiempo que quiso llorar hasta que pudo articular palabras de nuevo.
No voy a transcribir aquí aquella conversación pero sí puedo contaros un resumen de la historia que fue.
Unos veinticinco años antes P. intentó tener hijos pero le costó muchísimo. Finalmente lo consiguió y estando de cinco meses (de una niña) se sometió a una amniocentesis que terminó con un triste final. Aquella prueba le provocó la muerte al bebé que tanto esperaban P. y su marido.
Tuvo que expulsar a su hija no nacida a través de un parto provocado y desde aquel momento P., que no pudo ni mirarla cuando nació, nunca más habló de aquel suceso, ni de su hija, ni de su dolor, ni de nada que tuviera que ver con ello ni con su marido ni con apenas nadie (solo en alguna contada ocasión con una hermana y sin tocar mucho el tema por el dolor que le suponía hablarlo). Y así habían pasado más de veinte años.
P. hizo un ejercicio de memoria y recordó que a raíz de aquello, al poco tiempo, empezaron a aparecer la serie de problemas de salud que tenía y algunos de lo que la habían traído hasta mi consulta como fisioterapeuta.
P. no había hecho el duelo por su hija no nacida. Ni siquiera le había dado un adiós, ni un lugar en su corazón porque colocarla allí le provocaba un dolor inmenso. Así que hablamos de cómo podía hacerlo, de cómo debía hacer el duelo por aquella hija que tuvo en su vientre durante cinco meses y que había perdido de forma tristísima. 
A raíz de aquello puedo decir que el semblante de P. era otro. Su rostro de alguna forma se relajó gracias a ser capaz de acoger en su corazón aquello que sucedió y su mejora empezó a ser más notable. Muchos de sus problemas eran tan antiguos que ya no eran reversibles, pero su ánimo y su interior cambiaron.
Este caso fue uno de los que más me impactó porque me hizo enfrentarme a una realidad que está ahí, y de la que hablaré en otra entrada como son los abortos y las consecuencias del (no)duelo por aquellos que hemos perdido. Duelos no resueltos que se enquistan en nuestras células y que nos convierten en muertos vivientes que siguen al ser que se ha marchado en lugar de mirar hacia la Vida que aún nos queda por Vivir.

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